Rayos y truenos

 Relampagueaba anoche y me parecía tan bonito. Me quise sentar en el sofá de la terraza con una copita de vino a disfrutar del espectáculo, pero finalmente no fue posible. Porque me dormía, parece que mi puñetero cuerpo de fiestera se va acostumbrando a acostarse pronto. Pero no se acostumbra a levantarse pronto, y hoy he pensado que dormir muchas horas es otra de las secuelas, la del shock postraumático, la de hablar y tener pesadillas y levantarme angustiada y creer que me muero cada noche. Si no duermo bien, pues claro, tengo que dormir más horas. Y ni terapia, ni acupuntura, ni diazepam. Ná de ná. A despertarme taquicárdica en el jardín a las dos de la mañana. Qué lunas veo. 

Relampagueaba y me acordé de ti. Es curioso, porque hace mucho, mucho, que no te escribo. Reviso a veces los poemas que te escribí, porque los voy mandando a concursos. Que nunca gano, será que la toxicidad de nuestra bella y efímera historia de amor no gusta a los tribunales. No creo que sea por falta de dolor, o de desgarro, o de sinceridad. Tal vez de calidad.

Me acordé de ti. Y solamente porque me siento orgullosa de haberte enseñado a apreciar la belleza de la naturaleza. Mis hijas tenían miedo a los relámpagos y a los truenos, y yo les decía no tengáis miedo, mirad qué belleza, y no tenían miedo. A ti te decía no seas indiferente, mira qué belleza, y mirabas la belleza y dejaste de ser indiferente, y de pasar por la vida sin darte cuenta de cómo de maravilloso es vivir en este lugar en este momento y ver el fin del mundo en el cielo, cuando se rasga y se rompe y se llena de luces. 

Y entonces pensé que necesitaste conocerme a mí para ver eso. Y que antes nunca te habías fijado, y después, pues tal vez cuando ves algo en la naturaleza, no sé, una puesta de sol sobre el mar de tu atalaya, un arcoíris, unas aves volando en perfecta formación, un paisaje, las plantas que trepan por las paredes, o las hiedras en otoño volverse rojas, la playa en invierno, el mar cuando llueve o los rayos y truenos, te acuerdas de mí, y te acuerdas de apreciar la belleza. 

Y entonces, pues échame de menos. Que ni lo tuviste antes ni lo volverás a tener. Estabilidad mucha, eso sí. Ay qué pena me daría tener al lado a alguien que ni sabe ver ni quiere saber.

Así que bien estás donde estés. 










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