June dice: Khal Drogo

 


Entonces ocurrió algo sorprendente, aunque lo realmente inesperado era ser consciente cinco años más tarde. Esa ausencia de libertad en una, ese estado de permitido vagabundeo en el otro, se extendió a todas las esferas de esa relación.
June se da cuenta ahora de que era ella, en realidad, la loba solitaria. La que tenía el poder. La que podía, a su antojo, hacer descender la escalera de la desesperación mirando sentada en el borde del pozo. Nunca quiso usar ese poder, al menos no al principio. Mientras miraba a su alrededor, y en lugar de virus veía refulgentes copas de vino valyrio, no necesitó usar más poder que el que le confería estar enamorada. O estarlo en proceso. ¿Te has enamorado alguna vez? Es la mejor manera de abrazar la vida. Es la sensación que añoraremos hasta nuestro último suspiro. Y mientras nos preparamos para añorarla en toda su furia, no nos importa saber que podemos abrir la puerta del pozo.
Sin embargo, las cartas siguen estando en la mesa en la misma posición. Todo lo que hay en el escenario de los dos jugadores de póker es lo mismo, los jugadores son los mismos, el reflejo de la luz del candil en las copas de vino barato, es el mismo. Sube una bocanada de humo gris, que sale de algún bronquio podrido. Huele a manzanas asadas y a suavizante azul para la ropa. Los jugadores miran las cartas, tumbadas boca abajo sobre la mesa de madera oscura con forma circular. Los dos tienen memorizadas esas combinaciones de trébol, pica, corazón, diamante. El corazón, chorreando en la mesa de madera oscura. Las picas, clavadas en él. Tréboles y diamantes, engastados en el pelo del galgo corredor con nombre de santa de ciudad italiana. La tierra de Siena es del color de la madera, castaño más o menos oscuro.
El jugador veterano exhala el humo azul y no mira a su rival. No le hace ni caso. Ignora su existencia. Se ha propuesto no fijarse en él más que una vez a la semana, cuando afloje la carga laboral y se permita beber del vino valyrio. Muestra su más absoluta y sincera indiferencia, aunque el contenido de las cartas boca abajo le ronda como el perro color castaño oscuro.
El jugador más joven está esperando la jugada en la que le arrancarán la yugular de un bocado. Y sabe que, cuando eso ocurra, no podrá parar de reír. Revoloteará entre campos de almendros, donde ve la entrada del pozo, que baja con una escalera empinada y en caracol. Campos de almendros en blanco, rosa y explosión.
Mirará sentado en el alfeizar de la ventana, y entenderá que eso era la libertad, la hará pasar entre los dientes, la paladeará como el vino valyrio y se sentirá campeón de todas las partidas. Por jaque mate.

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