Fantasmas removidos

 

Todo esto del libro está muy bien, y mi estado anímico es, desde hace algunos meses, un oscilar de la borrachera de emoción y felicidad a la resaca de emoción y felicidad. Voy en un núvol Kinton, como Son Goku, todo el tiempo. Y eso es genial. Pero también tiene una cara negativa, y es que en ese libro hay mucho dolor. Es tremendo echar de menos a los muertos. Y los fantasmas que estaban enterrados han vuelto a verme.

Los vamos trabajando, cercenando cuellos otra vez. Las estrategias van variando, yo no soy la misma pero los fantasmas permanecen incorruptibles, se presentan a cara lavada por las noches.

Esta noche he tenido un sueño, y me he levantado con el sabor de las despedidas en la boca. Convencida de que mi cabecita está trabajando por mi, para ayudarme, y tal vez si me trae a los fantasmas de visita es para que pueda despedirme de ellos. Igual no es tan chunga como nos parecía.

Esta noche estábamos viendo una procesión de Semana Santa, en una calle de algún lugar de Andalucía. Era una procesión festiva y muy alegre, más parecía carnaval. El hombre alto y guapo que estaba conmigo apuntó una casa con el dedo, la que estaba enfrente. Me dijo que en la primera planta había una sala de fiestas privada, y que desde sus ventanas las vistas sobre la procesión eran espectaculares. Pero era fiesta privada, de una cofradía. Decidió ir a investigar. Me dejó entre los empujones y estrecheces de la calle. Al poco, le vi asomarse a la ventana de esa casa señorial, de esa fiesta privada, con una copa en la mano, muerto de risa hablando con alguien. Miró a la procesión pero no me buscó a mi. Había hecho lo de siempre, la estategia que le funcionaba para sentarse en un restaurante sin tener reserva, solo usando su encanto y su don de gentes.

Entendí que no iba a volver. Entonces me fui al hotel. Era brúscamente de noche, el hotel estaba a las afueras, estaba muy oscuro y tenía miedo. Por el corredor había un hombre y me daba miedo, se acercaba a mi mientras yo intentaba abrir la puerta a toda velocidad, lo conseguí pero atrancó la puerta con la pierna y solo quería comprobar que yo era una clienta del hotel y no una que se había colado. Me dejó en paz. Me puse a hacer las maletas llorando, y pensando que eso era lo que me esperaba si me quedaba con él: que me abandonase constantemente, que se fuera a sus asuntos y no me incluyera en sus asuntos.

Cuando estaba a punto de cargar mi coche e irme, apareció, todavía con el ánimo de juerga pero consciente de que había hecho mal. Me dijo: si, lo he hecho mal, pero toda la culpa no es mía, tú también tienes culpa porque no me has esperado y te has ido. No me salió ni siquiera cabrearme, le dije que no, que esa estrategia no la podía usar, que es la que usaba Ibán y que ya me la sé. Sonrió, sabiendo que le había pillado, y su cara se transformó en la de Ibán. Es el peor insulto que le puedo dedicar a un hombre. O que le puede dedicar mi cabeza.

Me iba del hotel, de su vida y del sueño, todo a la vez.

Adiós, Jamie Dornan. Seguro que te lo pasarás muy bien colándote en fiestas ajenas, porque las propias nunca te parecerán suficiente. Y así serás un eterno insatisfecho, un eterno infeliz, pero con esa sonrisa y ese don de gentes convencerás a todos de lo contrario. Y a ratos, hasta te convencerás a ti mismo.

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